Cómo ser un cactus en un mundo de flores.
No recuerdo exactamente que edad tenia la primera vez que me di cuenta que yo era diferente. No sé si fue a los seis años cuando me comí aquel frasco entero de mostaza y mi madre me encontró tirada en el piso sobándome la panza. O a los nueve, cuando mientras a todas las niñas les gustaba el chico más popular del salón, yo suspiraba cada vez que veía a Giselle. La niña del cabello largo y rizado. Siendo un cactus no es fácil vivir en un mundo de flores. Cuesta adaptarse, más aún cuando ni siquiera te das cuenta de lo distinto que eres a los demás. Solía pasar muchas horas sola. Y las que no, las vivía entre amiguitos del sexo opuesto. Las niñas nunca me quisieron. Eso siempre me dolió. Por lo que de pequeña me refugiaba en mis muñecas, los videojuegos y más adelante en la música. Yo crecí en una especie de burbuja donde todo era "correcto", en el seno de una familia católica y de buenas costumbres donde no se tocaban temas como el sexo, las drogas, etc. A pesar de eso, fui una niña precoz y sin miedo a probar cosas que otras niñas de mi edad no intentarían. Y a pesar de eso, no siento que lo haya hecho tan mal. Crecí, sí, como un cactus. Pero uno fuerte y llamativo. Que nunca se sintió mal de no ser una hermosa flor. Que hizo lo que mejor pudo, con lo que tuvo a su alcance. Y que al paso de los años, aprendió a florecer, así, siendo un cactus. Orgulloso de sus diferencias y disfrutando de su soledad. Esperando que alguna vez alguien se enamore de su rareza al verlo ahí, siendo un cactus en medio de todas las flores.
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